domingo, 12 de diciembre de 2010

Punto y seguido.

Lamentablemente mis ocupaciones actuales no me permiten disponer de a penas tiempo libre y he de atender otras ocupaciones antes que este desafortunado blog.

De todas formas seguro que retomaré este trabajo, a penas iniciado, en cuanto pueda, ya que dar rienda suelta a los pensamientos más íntimos, sin tapujos, sin censura... creo que es algo de un valor vital.

Un saludo, hasta pronto.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Planeta Caos

El Amo del mundo se sentó sobre un risco elevado desde donde podía divisarse todo aquello que le pertenecía.
Se consideraba a sí mismo una persona racional, aunque desconocedora de los entresijos del mundo, con lo que se detuvo a observar y a aprender de los detalles de cuanto le rodeaba.
Pasado un tiempo, quizá más largo o más corto, el Amo del mundo, abrumado por sus descubrimientos, decidió huir lejos. Huyó para no volver y nunca miró atrás mientras alargaba el camino. 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El Mundo en la Fotografía

Descansa sobre mi mesilla la foto de un chico que mira la puesta de sol sentado en un viejo muelle en el lago Czorsztyn.  Tiene la cabeza ladeada sobre el hombro derecho y se agarra con ambas manos al borde del muelle mientras mece sus piernas a centímetros del agua. Aunque está de espaldas y solo se ve su cogote, sé que sonríe y que lo hace con una expresión soñadora, distante, como la que solo un niño de cinco o seis años podría poner, alguien completamente embriagado de una felicidad, en apariencia, infinita. Probablemente imaginando, desde su inocente perspectiva, las incontables dichas que el futuro le depara.

De acuerdo, es tan solo una fotografía, una de las viejas además, prácticamente una reliquia. Sin embargo, me encanta. Me gusta pensar que una antigua cámara, unos treinta y siete años atrás y, probablemente en manos inexpertas, pudo captar un momento tan lleno de sueños, de emociones, de vida… e inmortalizarlo, para que todo ello continuase transmitiéndose años después.

De hecho, pensarían que no es para tanto. Solo es una fotografía. Una como otra cualquiera, de acuerdo. No la subiré, para no crear debate. Incluso temo escanearla por si su magia pudiese desaparecer.  Tan solo un instante de algo que fue. Un instante inmortalizado en un papel, que por suerte rescaté de un viejo álbum de mi madre, la abuela, como la llamaban las crías. Una foto olvidada en casa de la abuela… incluso no creo que la encontrase por casualidad hace cinco años…

Desearía que no me tomasen por un loco o un supersticioso. Puede que yo mismo sea la persona más escéptica que conozco y desde luego sé que para ustedes, el portarretratos sobre mi mesilla solo contiene una fotografía. Sin embargo, en cierto modo, todos sentimos, a veces, flaquear nuestra voluntad, decaer nuestra moral o nuestras fuerzas, o nos preguntamos si realmente las cosas son como queríamos que fuesen. Más allá, quizá nunca se lo hayan cuestionado, pero incluso llegamos a dudar de quiénes somos, de por qué esto o lo otro… por desgracia los caminos están sembrados de dudas. Pues bien, yo, como cualquiera de ustedes, he tropezado y tropezaré con piedras, baches y demás metáforas desalentadoras que se les ocurran, y, en fin… esta fotografía, cada vez que la miro, me recuerda quién soy. 

jueves, 4 de noviembre de 2010

Diez minutos y a dormir.

Diez minutos, un café, un momento olvidado ya antes de su existencia.
Una bocanada de humo que se escapa de mi boca, haciendo formas en el aire, retorciéndose, mostrándose satíricamente más vida que yo mismo y que los que me rodean.
Estoy haciendo el tiempo en la cafetería en frente a la universidad, antes de impartir la clase del jueves sobre filosofía contemporánea.
Algunas caras conocidas entre los parroquianos muestran gestos de desánimo, de modorra... es un día más, aparentemente otra piedra en el camino para muchos de ellos.
Odio permitirme hacer juicios sobre la demás gente, pero mi mente, también aburrida, vuela intentando interpretar semejante momento de desidia.
La conversación no fluye entre los grupos de gente, en su mayoría estudiantes. Quizá sea por la hora de la digestión, en la que la cabeza parece bajar la guardia. La hora de la siesta... la hora de la filosofía. Normal que pocos aprecien la asignatura, está claro que el problema viene de la planificación de horarios, ¿en qué estarían pensando? Al final los problemas siempre vienen de arriba, va a ser verdad que existe algo superior, incontrolable... Tendré que enfrentar a una hueste de bestias durmientes en a penas cinco minutos. Me intentaré ver a mi mismo como a un incansable caballero, un Don Quijote de la enseñanza moderna, que intentará imbuir de sabiduría, por más inútil que sea su esfuerzo, mentes tan aletargadas como la de un oso en período invernal.
Dado que la espada de Damocles comienza a ondear sobre nuestras cabezas y el poco café que queda se me ha enfriado, es hora de luchar contra cincuenta aspados gigantes, matándolos con dos mil frases aburridas, que recibirán, sin duda, como el océano una leve llovizna.
Es la hora de la filosofía, la hora de la siesta.
Pónganse cómodos...

lunes, 25 de octubre de 2010

Para qué hacer la cama, si por la noche...


Estaba Narcisa curioseando en el cuarto que había pertenecido a su abuela. Ella no la había conocido más que por los relatos de su madre y nunca antes había entrado en la vieja casa, ahora abandonada. Gruesas telarañas guarecían cada recoveco, cada puerta, mesa o mueble... apartó con su brazo, no sin gran aversión, una que colgaba del marco de la puerta de la habitación de su abuela cuando entró. Su querida abuela, según la idea que de ella se pudo figurar.

Encontró un portarretratos sobre el escritorio. Se apresuró a cogerlo, con gran emoción, pues su madre le había contado lo guapa que la abuela había sido. Quería por fin verla con sus propios ojos. Sacudió el polvo con su mano a la vez que soplaba. La foto no era de la abuela, en ella se veía a un joven, aparentemente de su misma edad. Le pareció guapísimo, sin duda. Tenía que haber sido algún novio de la abuela... Como sin quererlo, este pensamiento la llevó a otro y este otro a otro más... la relación creada inmediatamente le indicó que aquél de la foto no era otro que su abuelo. El abuelo gruñón que cada día tenía que aguantar en su propia casa. Era imposible que un chico tan guapo se hubiera transformado en el abuelo, pero el parecido del retrato no dejaba lugar a duda. Con el sobresalto de tal descubrimiento, Narcisa golpeó un viejo estante que reposaba pesadamente sobre el escritorio. Uno de los soportes cedió y el estante quedó formando un triángulo sobre el escritorio, sujeto solo por uno de sus extremos. Algunos libros cayeron al suelo y ella se apresuró a devolverlos a su lugar.
Al levantar un grueso libro lleno de polvo, algo pareció escurrirse entre sus páginas y balancearse de nuevo hasta el suelo. Narcisa se agachó a examinarlo. Era una foto de una chica. Por un momento le pareció una foto de sí misma, una foto que nunca le habían tomado cincuenta años atrás. Era la abuela. Una joven preciosa, digna de todos los elogios en los que su madre se había desecho. Abrió el libro, para devolver la foto a su imperturbable descanso. El libro se abrió por una página que parecía marcada. El marcapáginas consistía en una rosa seca. Una rosa guardada allí a propósito con la foto de la abuela. La tocó, para cogerla mientras se figuraba su perfume cálido, pero la rosa se desintegró en fino polvo a penas su mano la rozó. No quedaba en ella ningún aroma que aspirar. Entre el polvo, parecían leerse frases escritas a mano en un trozo de papel:

"Una rosa, una sonrisa; cálidos recuerdos de un amor.
  Perdurarán el polvo y los huesos; el infinito dolor.
  Efímera la belleza; vida y felicidad pasajeras.
  Perdurarán mis palabras, más no lo haré yo.
  Perdurará tu retrato, recuerdo de lo que eras.
  Una daga en mi pecho, llevo por bandera,
  para que el pesar me recuerde, aquí, en la tierra,
  el tiempo que, contigo, viví en el cielo."

La nota estaba emborronada con sangre. El abuelo, al parecer, en una especie de ritual, mucho tiempo atrás había estampado sus iniciales utilizando por pluma su propio dedo índice. La nota estaba guardada en el diario de la abuela, junto con la foto y la rosa ahora hecha añicos. Narcisa no se atrevía a leer ni una línea de aquel libro, al menos no en aquella ocasión. Lágrimas se le escurrían por las mejillas, cayendo sobre la polvorienta madera del suelo haciendo un sonido hueco que parecía deprimirla más. 
Su abuelo era un bruto, casi malvado a sus ojos, era imposible que fuese el chico de la foto y que fuese el que escribió aquello. La evocación de los fantasmas de amores pasados, parecía romper su corazón juvenil. Una extraña mezcla de sentimientos de melancolía, felicidad, comprensión... no hacían más que aumentar su nerviosismo y su incontenible llanto. Una dionisíaca e inalcanzable visión del paso del tiempo, inevitable, casi terrible se apoderó de su mente. Dejó el diario sobre el escritorio y salió de la vieja casa a paso ligero, sollozando en compañía de la madurez y la comprensión halladas.

 Sin embargo, en todo aquello, se mirase como se mirase, había algo mágico. Algo que nos unía a todos, que nos hacía humanos. Algo como un final, no hacía sino dar valor a los hechos que lo precedían. 
El fin, hace que todo lo demás valga la pena.

La felicidad no existiría si fuera eterna (y con esto no quiero quitarles el cielo a los creyentes), pero es necesario que la felicidad tenga término para que pueda ser comparada con algo distinto y así amarla.

Es duro pensarlo, pero todo lo que hacemos, de una u otro manera, está abocado su última extinción. Y es precisamente por eso por lo que hay que continuar adelante.

sábado, 4 de septiembre de 2010

Petr & Gustav en... "El lado oscuro de las cosas"






— Dime Petr, ¿qué opinas del “lado oscuro de las cosas”?

— ¿mmh? — Petr enarcó una ceja mientras observaba a Gustav por encima del periódico que leía.

— Sí hombre, ya sabes. No me refiero al lado por donde no reciben la luz del sol ni nada de eso. ¿Qué opinas?

— Enserio Gustav, a veces no te sigo… — como si de algo rutinario se tratase, Petr dio un sorbo a su café y continuó leyendo la prensa.

martes, 31 de agosto de 2010

La Rosa de Eleazar

La brisa mecía la tupida hierba bajo sus pies desnudos. Eleazar, que sentía el viento en su cara, en su pelo, acercó la rosa que llevaba en la mano a su nariz y aspiró su aroma. Olía a vida. Eleazar caminaba de nuevo en un mundo lleno de vida.
Cogió aire, a la vez que se dejó llevar por un sentimiento de completa tranquilidad. Apretó el tallo de la rosa y la dejó caer al sentir las afiladas espinas en la palma de su mano. Continuó con su paseo. Comenzó su viaje hacia Canaán.