La brisa mecía la tupida hierba bajo sus pies desnudos. Eleazar, que sentía el viento en su cara, en su pelo, acercó la rosa que llevaba en la mano a su nariz y aspiró su aroma. Olía a vida. Eleazar caminaba de nuevo en un mundo lleno de vida.
Cogió aire, a la vez que se dejó llevar por un sentimiento de completa tranquilidad. Apretó el tallo de la rosa y la dejó caer al sentir las afiladas espinas en la palma de su mano. Continuó con su paseo. Comenzó su viaje hacia Canaán.
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