sábado, 20 de noviembre de 2010

Planeta Caos

El Amo del mundo se sentó sobre un risco elevado desde donde podía divisarse todo aquello que le pertenecía.
Se consideraba a sí mismo una persona racional, aunque desconocedora de los entresijos del mundo, con lo que se detuvo a observar y a aprender de los detalles de cuanto le rodeaba.
Pasado un tiempo, quizá más largo o más corto, el Amo del mundo, abrumado por sus descubrimientos, decidió huir lejos. Huyó para no volver y nunca miró atrás mientras alargaba el camino. 

miércoles, 17 de noviembre de 2010

El Mundo en la Fotografía

Descansa sobre mi mesilla la foto de un chico que mira la puesta de sol sentado en un viejo muelle en el lago Czorsztyn.  Tiene la cabeza ladeada sobre el hombro derecho y se agarra con ambas manos al borde del muelle mientras mece sus piernas a centímetros del agua. Aunque está de espaldas y solo se ve su cogote, sé que sonríe y que lo hace con una expresión soñadora, distante, como la que solo un niño de cinco o seis años podría poner, alguien completamente embriagado de una felicidad, en apariencia, infinita. Probablemente imaginando, desde su inocente perspectiva, las incontables dichas que el futuro le depara.

De acuerdo, es tan solo una fotografía, una de las viejas además, prácticamente una reliquia. Sin embargo, me encanta. Me gusta pensar que una antigua cámara, unos treinta y siete años atrás y, probablemente en manos inexpertas, pudo captar un momento tan lleno de sueños, de emociones, de vida… e inmortalizarlo, para que todo ello continuase transmitiéndose años después.

De hecho, pensarían que no es para tanto. Solo es una fotografía. Una como otra cualquiera, de acuerdo. No la subiré, para no crear debate. Incluso temo escanearla por si su magia pudiese desaparecer.  Tan solo un instante de algo que fue. Un instante inmortalizado en un papel, que por suerte rescaté de un viejo álbum de mi madre, la abuela, como la llamaban las crías. Una foto olvidada en casa de la abuela… incluso no creo que la encontrase por casualidad hace cinco años…

Desearía que no me tomasen por un loco o un supersticioso. Puede que yo mismo sea la persona más escéptica que conozco y desde luego sé que para ustedes, el portarretratos sobre mi mesilla solo contiene una fotografía. Sin embargo, en cierto modo, todos sentimos, a veces, flaquear nuestra voluntad, decaer nuestra moral o nuestras fuerzas, o nos preguntamos si realmente las cosas son como queríamos que fuesen. Más allá, quizá nunca se lo hayan cuestionado, pero incluso llegamos a dudar de quiénes somos, de por qué esto o lo otro… por desgracia los caminos están sembrados de dudas. Pues bien, yo, como cualquiera de ustedes, he tropezado y tropezaré con piedras, baches y demás metáforas desalentadoras que se les ocurran, y, en fin… esta fotografía, cada vez que la miro, me recuerda quién soy. 

jueves, 4 de noviembre de 2010

Diez minutos y a dormir.

Diez minutos, un café, un momento olvidado ya antes de su existencia.
Una bocanada de humo que se escapa de mi boca, haciendo formas en el aire, retorciéndose, mostrándose satíricamente más vida que yo mismo y que los que me rodean.
Estoy haciendo el tiempo en la cafetería en frente a la universidad, antes de impartir la clase del jueves sobre filosofía contemporánea.
Algunas caras conocidas entre los parroquianos muestran gestos de desánimo, de modorra... es un día más, aparentemente otra piedra en el camino para muchos de ellos.
Odio permitirme hacer juicios sobre la demás gente, pero mi mente, también aburrida, vuela intentando interpretar semejante momento de desidia.
La conversación no fluye entre los grupos de gente, en su mayoría estudiantes. Quizá sea por la hora de la digestión, en la que la cabeza parece bajar la guardia. La hora de la siesta... la hora de la filosofía. Normal que pocos aprecien la asignatura, está claro que el problema viene de la planificación de horarios, ¿en qué estarían pensando? Al final los problemas siempre vienen de arriba, va a ser verdad que existe algo superior, incontrolable... Tendré que enfrentar a una hueste de bestias durmientes en a penas cinco minutos. Me intentaré ver a mi mismo como a un incansable caballero, un Don Quijote de la enseñanza moderna, que intentará imbuir de sabiduría, por más inútil que sea su esfuerzo, mentes tan aletargadas como la de un oso en período invernal.
Dado que la espada de Damocles comienza a ondear sobre nuestras cabezas y el poco café que queda se me ha enfriado, es hora de luchar contra cincuenta aspados gigantes, matándolos con dos mil frases aburridas, que recibirán, sin duda, como el océano una leve llovizna.
Es la hora de la filosofía, la hora de la siesta.
Pónganse cómodos...