sábado, 4 de septiembre de 2010

Petr & Gustav en... "El lado oscuro de las cosas"






— Dime Petr, ¿qué opinas del “lado oscuro de las cosas”?

— ¿mmh? — Petr enarcó una ceja mientras observaba a Gustav por encima del periódico que leía.

— Sí hombre, ya sabes. No me refiero al lado por donde no reciben la luz del sol ni nada de eso. ¿Qué opinas?

— Enserio Gustav, a veces no te sigo… — como si de algo rutinario se tratase, Petr dio un sorbo a su café y continuó leyendo la prensa.


— ¡Oh, por Dios! ¿Quieres hacerme caso? — le replicó Gustav escandalizadísimo — La verdad, no sé cómo alguien puede hacer semejante ruido dando un sorbo a una infusión… pareces una vaca en el abrevadero.

— Es café… y dime, ¿de qué intentas hablarme?

— ¡Ah, sí! Ya me olvidaba. Te hablaba sobre el lado oscuro de las cosas como, por ejemplo, un jersey.

— ¿Y qué tiene de oscuro un jersey? ¿Te has comprado un jersey negro o algo así? — Petr, notablemente aburrido, continuaba leyendo el periódico.

— No, no. A veces no entiendo cómo puedes ser tan cuadriculado. Te decía que el otro día, volviendo a mi coche tras una larga jornada de trabajo, el día ya refrescaba. Ya sabes cómo son estos días, hace sol, pero al atardecer, a la sombra no se está cómodo de manga corta. — Gustav hacía grandes aspavientos mientras hablaba a una velocidad a la que casi resultaba imposible seguirlo — Temía morirme de frío, pero claro, hábilmente había aparcado mi coche dónde le daba el sol para que siguiese caliente al volver. Abrí el maletero, cogí mi jersey y me lo puse. ¡Qué gustazo, no veas! Estaba todo calentito y suave como una maloliente ovejita. Pensé, “qué bien que esté tan calentito y tan suave” y bueno, sin más subimos al coche el jersey y yo, fundidos en un único y cálido ente feliz.

Petr echó una mirada de reproche a Gustav por encima del periódico. “Pero qué coño habla este…” pensó. Gustav continuó con su particular exposición de los hechos.

— Ya sabes, el jersey… cómo me había alegrado de ponerlo, pero entonces ocurrió el desencadenante de todo esto. Al parecer, el coche había estado varias horas al sol y estaba ardiendo cuando subí en él. Arranqué dirección casa, pero cuando me dispuse a bajar la ventanilla no veas tú lo que estaba sudando ya. El jersey me estaba ahogando en aquel ambiente irrespirable de horno industrial. ¡El jersey, Petr! Tanto cariño que le había cogido durante el viaje del maletero a la puerta del conductor y nada más subir al coche ya se estaba cebando en mí, abrasándome, cociéndome en mi propio jugo… ¡no me lo podía creer! ¡Semejante traición de alguien tan allegado! El lado oscuro Petr… el lado oscuro.

Petr plegó el periódico y lo dejó sobre la mesa. Se quitó sus gafas de leer y las depositó sobre el periódico. Se frotó los ojos y tras un largo suspiro se volvió hacia su interlocutor y habló mientras se frotaba la barbilla.

— Entonces, eso es el lado oscuro de las cosas, ¿no? Cuando te abrigas demasiado y hace calor, el entorno se vuelve oscuro… ¿por cierto, qué has hecho con el jersey?

— Naturalmente le prendí fuego y lo tiré en un bidón en la calle — la expresión de Gustav se volvió iracunda mientras recordaba a tan formidable enemigo. — Ya ves Petr, creo que todas las cosas tienen su lado oscuro, hay que andarse con mucho ojo.

— ¿Qué todo tiene su lado oscuro? Dime, Gustav, que tiene de oscuro, por ejemplo, esta taza de café — Petr levantó la taza en la que había tomado su café y la agitó levemente en el aire.

— ¡Todo! Déjame que piense… imagínate que tienes prisa por irte, te levantas y sin querer golpeas la taza de café y se cae al suelo — Gustav dio un manotazo intencionado a la taza y la tiró al suelo. — ¿Ves? ¡Hecha migas!

La taza de loza era gruesa y robusta. Al caer al suelo rodó y brincó al pasar sobre el asa sin sufrir desperfecto alguno. Gustav se agachó, la recogió y se puso a golpearla contra el canto de la mesa.

— ¡Hecha trizas! — gritaba mientras golpeaba la taza en la encimera de mármol de la cocina. — Tienes prisa por marcharte y en un descuido ¡zas! — la taza no cedía ante los enclenques golpes de Gustav. Petr lo observaba en silencio.

— ¡Zas! — tiró la taza de nuevo al suelo y cogió un martillo de aluminio de ablandar carne. Se puso a golpear la taza repetidamente.

— ¿Lo ves Petr? ¿Lo ves? — golpeaba la taza sin lograr romperla. Tiró el martillo como tira el bate un jugador de béisbol y se dirigió al estudio a la carrera. Se le oía abrir y cerrar cajones. Finalmente volvió empuñando un rifle de caza que Petr guardaba como recuerdo de su padre.

— ¿Pero qué…? — preguntó este a Gustav. Sin embargo antes de terminar la pregunta, el sonido de la escopeta de cartuchos inundo la habitación, seguido del estallido de la taza y del crujido del parquet sobre el que reposaba. Una lluvia fina de polvo de porcelana inundó la estancia mientras Gustav confirmaba su teoría.

— ¿Lo ves Petr? — continuó Gustav, jadeante — el lado oscuro de la taza. Tienes prisa por salir de casa y, en un descuido, el más leve roce con la taza, cae al suelo y ¡hecha migas! Ahora a limpiar todo y a llegar tarde a tu cita. ¿Entiendes lo que quiero decir Petr? ¡Llegarás tarde a tu cita por culpa de la taza! ¡Por culpa de su indomable lado oscuro, Petr!

Gustav se puso a empujar a Petr hacia la puerta mientras seguía con su delirante monólogo.

— ¡Vamos, vamos! Llegarás tarde, el tiempo apremia. Yo me encargaré de la taza. Tienes suerte de tenerme aquí, sino no sé qué harías tras semejante exhibición de maldad… no se puede confiar en nada Petr, todo tiene su lado oscuro. — Continuó empujando a Petr hasta la entrada.

— Gustav, yo no tengo ninguna cita.

¡Blum! La puerta se cerró violentamente en las narices de Petr. Desde el interior de la casa, se oía hablar en gritos amortiguados por el grosor de la puerta.

— ¡Tranquilo Petr, yo limpiaré el follón que has organizado! La próxima vez ten cuidado cuando te levantes con prisa. El lado oscuro Petr, ¡el lado oscuro!

Se respiraba tranquilidad en la calle. Una plácida tarde de domingo. Un agradable paseo antes de cenar, lejos del bullicio casero. Petr metió las manos en los bolsillos y comenzó a andar, tratando de olvidar el enésimo espectáculo doméstico de la semana.

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